No tomar su nombre en vano, es el segundo. En la adversidad no ayuda maldecir, y no es sabio quejarse de lo que por destino nos toca. El amor es sencillo y claro. Cuando se disfraza deja de ser. Es alegría, armonía, felicidad...Solo hay que descubrirlo, sentirse en comunicación con lo sutil, sin ropajes, sin vestiduras.
Este es el segundo mandamiento.