El mar le parecía un gigante desconocido y lejano, pues más allá de la playa no le parecía lugar para ella, acostumbrada a la tierra llana y algunas montañas que cualquiera podía subir sin más herramientas que sus propias zapatillas de deporte.
Tenía ya su vida más pasada que futura, por muchas gracias que la naturaleza, su buena salud y la divina providencia le ofreciese, y no le apetecía pasar zozobras que la obligaran a estar en un lugar donde si se aburría no podría escapar. Pero la idea de irse con la familia, reunida para fingir la satisfacción ausente de estar juntos, era mucho peor que estar sola y hasta que el capricho de sus amigos por el dichoso crucero.
Tenía que decidirse para hacer la reserva con tiempo, y eso era lo que más le preocupaba, pues las cosas cuando se piensan son más fuertes que cuando se realizan.
Su amiga Marta la convenció y dijo que sí al crucero, más con resignación que con ilusión.
Aquella noche al acostarse comenzó a auto-convencerse de los argumentos. Marta muy aficionada a los cruceros, donde decía no ver el mar si no era por el deseo expreso de verlo. Siguiendo con que la seguridad era muy superior a la de las calles de las ciudades y hasta de los pueblos rurales donde la vida es tan monótona. Que la gente en los cruceros se mostraba más solidaria, etc…
Cuando se durmió ya era de madrugada, se vio en una ciudad tranquila entrando en un cine donde vio una gran película que no tenía título, pero que era la mejor que recordaba haber visto, por la sensación de bienestar y felicidad que sintió al salir. Ella que estaba sola, no sentía soledad. Había quedado con sus amigos a la hora de la cena, pero como era pronto decidió pasear por las calles de aquella ciudad maravillosa flotando serena para ver lo que contenía y disfrutar de sus servicios.
Había quedado con sus amigos en una cafetería que no conseguía encontrar porque se había perdido.
Ya estaba comenzando a angustiarse cuando vio que sus amigos, sonrientes, la miraban sin decir nada y cuando les iba a contar lo bien que lo había pasado en el cine y recorriendo tiendas, se despertó con la sensación de haber pasado el mejor día de su vida.
La resignación comenzó a dar paso a la curiosidad y la ilusión por la aventura a lo desconocido, y se sintió joven y capaz de ver la vida de forma más sencilla y alegre. Deseando que llegara el día de entrar en esa lujosa ciudad flotante.
Tenía ya su vida más pasada que futura, por muchas gracias que la naturaleza, su buena salud y la divina providencia le ofreciese, y no le apetecía pasar zozobras que la obligaran a estar en un lugar donde si se aburría no podría escapar. Pero la idea de irse con la familia, reunida para fingir la satisfacción ausente de estar juntos, era mucho peor que estar sola y hasta que el capricho de sus amigos por el dichoso crucero.
Tenía que decidirse para hacer la reserva con tiempo, y eso era lo que más le preocupaba, pues las cosas cuando se piensan son más fuertes que cuando se realizan.
Su amiga Marta la convenció y dijo que sí al crucero, más con resignación que con ilusión.
Aquella noche al acostarse comenzó a auto-convencerse de los argumentos. Marta muy aficionada a los cruceros, donde decía no ver el mar si no era por el deseo expreso de verlo. Siguiendo con que la seguridad era muy superior a la de las calles de las ciudades y hasta de los pueblos rurales donde la vida es tan monótona. Que la gente en los cruceros se mostraba más solidaria, etc…
Cuando se durmió ya era de madrugada, se vio en una ciudad tranquila entrando en un cine donde vio una gran película que no tenía título, pero que era la mejor que recordaba haber visto, por la sensación de bienestar y felicidad que sintió al salir. Ella que estaba sola, no sentía soledad. Había quedado con sus amigos a la hora de la cena, pero como era pronto decidió pasear por las calles de aquella ciudad maravillosa flotando serena para ver lo que contenía y disfrutar de sus servicios.
Había quedado con sus amigos en una cafetería que no conseguía encontrar porque se había perdido.
Ya estaba comenzando a angustiarse cuando vio que sus amigos, sonrientes, la miraban sin decir nada y cuando les iba a contar lo bien que lo había pasado en el cine y recorriendo tiendas, se despertó con la sensación de haber pasado el mejor día de su vida.
La resignación comenzó a dar paso a la curiosidad y la ilusión por la aventura a lo desconocido, y se sintió joven y capaz de ver la vida de forma más sencilla y alegre. Deseando que llegara el día de entrar en esa lujosa ciudad flotante.