Añora el viejo su infancia robada,
y llora su desgracia en culpas,
que absorbió como una esponja
en la erosión primera.
Y ahora pesa la ignorancia de los años,
que el destino quiso que fuera.
Que al aceptarlo se enquista,
convirtiéndose en abismo imprudente.
Aumenta el sufrimiento que al fin
es el miedo destructor de miedos.
Previene de peligros, o no los siente.
Ni ausencia ni exceso,
que la sinceridad conduce
a la salud liberadora.
Añora el viejo su infancia rota.
Sabe que no fue lo que creyó.
Ve que los extremos se tocan,
y al hacerlo causan dolor.
Dolor por todo aquello que perdió,
o creyó perder.
Sin saber que nunca se pierde
nada de verdadero valor.
El ser humano se desorienta
en los fracasos del pasado
cuando quiere cambiar
los designios del destino,
que está ahí para decidir
cuando las dudas no dejan ver el camino.