sábado, 27 de abril de 2013

MAÍA

Erase una vez una niña llamada Maía, que estaba a punto de cumplir nueve años. Este era el primer cumple desde que comenzó a ir al colegio, que no iban a venir sus amigas Paula y Bea. Paula, hacía un año que vivía en Salamanca, en el pueblo de su madre.
Desde que el banco comenzó a mandar cartas amenazadoras a sus padres, cuando se quedaron sin trabajo y no pudieron pagar la hipoteca.
Paula que era tan alegre como unas castañuelas, fue haciéndose poco a poco una niña aburrida y triste, y cuando Maía le preguntaba algo, como ¿a donde pasarían el fin de semana? Ella respondía de muy mal humor ¡no quiero mentir! ¡el fin de semana es un rollo!¡déjame en paz!
Un día, al terminar el curso, vino a casa a despedirse, se marchaban al pueblo. Esta vez no iban de vacaciones, esta vez, se iban a vivir allí, porque el banco le había quitado su casa. Había llegado el desahucio, le contaba mi madre a mi padre, cuando llegó esa noche, tan triste para todos. Se lo decía bajito para que yo no lo oyera.
¡Desahucio! Yo no sabía lo que significaba esa palabra, y como me dí cuenta que no querían que oyera, dejé pasar unos días para preguntarle a mi madre ¿qué significaba desahucio? Mi madre puso cara de boba, por la sorpresa de la pregunta, y tardó un rato en responder con otra pregunta ¿de dónde has sacado esa palabra? Yo también puse cara de boba por la sorpresa y respondí, (sin darme cuenta que estaba mintiendo), que la había oído en el colegio.
Mi madre puso cara de preocupación, como cuando dice una mala noticia. "Desahucio es algo, que ya no se puede hacer nada por evitar lo que te sucede". Dijo bajando la voz ¿Como que yo me quede sin amigas y sin muchos compañeros del colegio? Hasta que me toque a mí, cuando papá se vaya al paro como tú, y nos tengamos que ir a Cáceres.
Maía esperaba que su madre soltara una carcajada, como solía hacer cuando se adelantaba a sus explicaciones, pero se limitó a decir con voz de circunstancia ¡qué optimista! y se marchó arrastrando los pies, como si tuviera más de ochenta años.
Hoy no está previsto marcharnos de Madrid, y papá no se ha ido al paro. Pero traja más y cobra menos, y llega a casa cansado y triste.


Este cuento lo escribí hace un año y hoy comienzo a compartirlo, cuando pueda seguiré.

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