En la era de la robótica, yo hago mi comida en la lumbre, que a la vez usamos para calentarnos desde el desayuno a la comida. Con el agua que se calienta en la olla de hierro, lavo la ropa, y con el jabón que yo hago. Después aclara la lavadora.
Y como suavizante un poco de vinagre.
Vuelve a subir la luz. Y los tontos a votar. Lo mismo de siempre.
Recuerdo mi infancia. Cocinar con poca leña, los productos de nuestro trabajo, que había que mantener a tiranos que nos amargaran la existencia, sin que siquiera supiéramos por qué teníamos que pagar porque nos engañaban a medias. Y mientras parecía que nos querían sacar de la ignorancia, pretendían lo contrario. Mantenernos en ella. Lo mismo que ahora, llenos de miedos. Cuando no necesitamos más necios que nos dirijan la vida para exprimirnos. ¡Ignorantes por vocación!.
Dios no da miedo, Dios da amor, y con eso lo tenemos todo.
Mejor buscar comida sin temor, que con él.
Aún creo que contamino demás, y llevo la ceniza al huerto caminando, poco a poco, mientras mis ajos creciendo. Y los árboles también, que dan fruta, sombra y estiércol. Y mi columna resiste con un poquito de aliento.
Que no me tengan que cuidar, pretendo.
Si existen héroes, eso fueron nuestros ancestros. Para criarnos a todos y mantener tantos lerdos. Que sin creer en sus mentiras, otra verdad no nos dieron. Y vivimos ignorantes, y de esa ignorancia el miedo, sin ser siquiera conscientes de ello.
Reciclando cuanto puedo, siento cumplir mi destino, descendiendo a los infiernos, convirtiendo en arbolado, monte bajo y zarcerones. Confiando siempre puedo. Necesidad y buen juego.
Mientras adoramos a los dioses de este mundo, no confiamos en el que es de verdad, y nos da cuanto tenemos, sin tenerle que pagar. Solo es, creer y confiar sin temor, en la fuerza de la auténtica realidad. El que nos da un paraíso donde podamos crear.
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