La noche caía ya cuando volvieron al cuartel. Después de cenar, sentáronse un rato en el patio, para conversar. Lentamente, la oscuridad les fue envolviendo con su manto. Los hombres se extendieron sobre el césped seco y polvoriento, y se pusieron a entonar canciones de soldados. En aquel momento, las canciones ejercieron sobre ellos un efecto conmovedor. Al oírlas, los oficiales interrumpieron la conversación; solo brillaban las puntas de los cigarrillos en la oscuridad parda y otoñal. Los soldados rusos se apoyaban en la pared, escuchando a su vez las canciones extrañas. Bartha, sentado con las piernas colgantes en la escalinata, acompañaba a los coros con su voz profunda y bien timbrada.
Instantes después fueron a acostarse. No les habían dado camastros; de modo que se tendieron en unos bancos de madera, sobre los cuales habían echado unas mantas que exalaban un olor nausiabundo. Sin embargo, un oficial ruso que acababa de hacer una vista de inspección, les aseguró que , a partir del día siguiente, los oficiales prisioneros tendrían camas y hasta sábanas.
Pues hasta aquí ya vemos que las historias se repiten, los lobos se entienden entre ellos.
Los oficiales tendrían camas con sábanas, los demás a dar el callo sin descansar. Y lo peor es que a los soldados nos parece normal y lógico. Ellos aunque sean tontos, no lo parecen, y los demás si no lo somos, hacemos tan bien el tonto, que al fin lo somos.
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