Lo que recuerdo de la época de ¡Qué tiempos tan felices! Es la ilusión desesperada de que aquello cambiara. La ilusión se ha ido cambiando en desesperación ¡Vaya cambio!
Ya sabíamos en manos de quien estábamos, pero como ocurre siempre, de Málaga a Malagón, dormidos en los laureles hacia el precipicio en el que estamos.
Ellos no nos van a sacar, no les interesa. Ellos no son felices, sus malas artes no les dejan, y en ellas están engañados. Los que se ríen de los demás no son felices.
Y la sociedad tomó ejemplo, hasta verse envuelta en este enredo, en el que parte de ella está aún durmiendo.
A mi edad he visto llorar a muchos viejos, y he visto quien potencia sus demencias, potenciando sus complejos, sin ver la poca distancia que hay para llegar a ello.
¿Qué es peor, vivir del engaño o vivir engañado? Rompe la vida el engañador, que al engañar vive engañado.
Mundo viejo en agonía, y no acaba de morir. Mundo de hipocresía, si no cambias de actitud, va a ser larga tu agonía.
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