Cada vez que oigo decir que ganamos la guerra, me entran más de los siete males.
Mi padre fue de los últimos en enterarse, en Brunete, que había terminado. Nunca se sintió ganador de una guerra, tan inútil y y tan canalla, cuyo motivo fue la hipocresía de los que en nombre de Cristo, que fue completamente opuesto a semejantes ideales, hicieran una barbarie tan rastrera como es enfrentar a hermanos contra hermanos y sembrar esa semilla para que al aproximarnos a los cien años sin curar esas heridas, ya están abonando el terreno para que la historia se repita.
Coronavirus, amenaza de plaga de langostas, mientras nos roban la vaca, nos regalan la leche.
El veneno en sus palabras, en sus besos puñaladas.
El pueblo quiere paz y no la halla. Que al agitar las banderas, tienden la trampa. Mensajes de amor, no dejan ver la cizaña, y antes del 2030, suya quieren la patria. Con unas miserias nuevas de pobreza y de venganza.
Morirán sin confesar de verdad, lo que sus confesores les obligan a callar.
Y volver a callar, que quieren volver a empezar, para que todo siga igual.
La bonanza que no fue, y pareció, para tomar con más fuerza la opresión que sigue a la crispación, que ocultan tras la verdad, dando mensajes de amor los de siempre, te obligan a no pensar. Y el no pensar está bien, cuando se piensa en el mal, para más mal extender.
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